Quito, 20 abr (Andes).- El ambiente de ciudad se pierde, trastoca en campo, en San Francisco de Miravalle Alto, en el sur de Quito. Camino por un angosto sendero desde donde se admira a la ciudad, la selva de cemento no ha logrado exterminar el verde de donde surge la vida.
Tomates, lechugas, coles, pimientos, remolachas, pepinillos, frejoles, brócolis, manzanillas y otras variedades se cosechan en los 700 huertos urbanos en el sur de la capital. Más de 5.000 familias se benefician de los productos; ellos los consumen, los procesan y los venden.
Zoila Cunatapa y su familia son propietarios del huerto Los Girasoles, que está en la parte trasera de su casa y donde viven cinco grupos familiares, de seis personas cada uno. Ellos realizan tres cosechas al año en 800 metros.
Hace cuatro años, esta familia hizo un préstamo de $ 2.000 en el Banco Nacional de Fomento (BNF) para hacer dos invernaderos. La inversión total que tiene es de $ 8.000 en cuyes, pollos, chanchos, codornices y abejas.
Las familias que se dedican a esta actividad siembran por ciclos, cada quince días, por lo que dicen no tener desabastecimiento de productos. Antes, invertían hasta $ 30 mensuales en compras alimenticias; hoy, ya no cubren ese rubro y, es más, tienen un ingreso mensual de hasta $ 200.
Anteriormente, la hoy agricultora se dedicaba a trabajar como empleada domestica en un hogar del centro de Quito, pero señala que con ese empleo no podía cuidar de sus hijos. "Me levantaba a las 06:00 y regresaba a las 19:00, cansada".
Ahora, ella trabaja en su huerto en el tiempo que ella estipula conveniente y puede estar pendiente de los deberes escolares de sus hijos. "Vimos que la producción sí da, que es un buen negocio y de allí comemos".
Los productores fueron instruidos por técnicos del Agricultura Urbana Participativa (Agrupar) de la Agencia Metropolitana de Promoción Económica (Conquito). El año pasado, según un estudio realizado por esta entidad, las personas obtuvieron ingresos mensuales adicionales entre $ 180 y $ 200.
Las semillas que usan en las cosechas son obtenidas por medio de trueque. En Cumbayá, los Guardianes de Semillas, agricultores de todo el país, se reúnen una vez al año e intercambian de manera gratuita los excedentes de semillas que tienen.
También compran semillas de exportación a una empresa holandesa que importa la marca Avejo. "Compramos semillas de buena calidad para obtener un buen producto".
Por la genética de los productos, los agricultores compran semillas extranjeras, ya que si secan la semilla del tomate y la cosechan, la producción no tiene la misma calidad. "La mitad o la tercera parte pinta y el resto queda amarillo".
De mi casa a su mesa...
Los agricultores, además, hacen productos elaborados de sus cosechas. Luz Trujillo vive en el barrio Pueblo Unido, al sur de Quito, y junto a su vecina Ángela Auquilla tiene un huerto donde obtiene la materia prima para elaborar dulces (granola de amaranto, leche de soya, garbanzo de sal, maní de dulce y de sal, entre otros). Sus productos tienen una marca que la gente reconoce: 'Mis Golosinas'.
Un día antes de vender sus productos, Luz Trujillo cocina los alimentos. Cuando la encontramos, freía tres libras de maní, donde invirtió $ 2,70, de ahí salen sesenta fundas que las vende a $ 0,70. Por medio de este trabajo, Luz y su socia obtienen un sueldo básico.
A partir de las 08:00, Ángela Auquilla comienza a laborar hasta el medio día, cuando va a su casa para atender a su familia. Luego, a las 14:00 regresa al trabajo hasta las 17:00.
Todos los residuos que salen del huerto es alimento para los animales, sus excrementos son usados como abono. La empresa alemana BCS otorga un certificado orgánico a los huertos que cumplen los requisitos de la normativa ecuatoriana de producción. Por ejemplo, en un metro cuadrado puede poner dos kilos de estiércol y determinados productos.
El requisito fundamental es llevar registro al día de lo que se siembra, se abona y del cuidado de la cosecha. "Solo en estos meses no se anota el riego de agua, porque siempre llueve". Una vez al año, la firma alemana hace una verificación en el terreno.
Agua de panela, infusión de manzanilla, extracto de ajo, leche y otros insumos naturales son fumigados en los productos para evitar las plagas. Esta tarea se realiza dos o tres veces por semana. "Así no tenemos pérdida total de la cosecha".
Los agricultores venden sus excedentes en las Bioferias: Eloy Alfaro, La Factoria, Iglesia Santa Cruz de Monjas, Tumbaco, Los chillos y Conocoto. También en el Norte, Calderón, La Delicia, La Carolina, Itchimbia, Quitumbe y Las Cuadras.
La calidad de la producción tiene un costo mayor. Por ejemplo, una lechuga que en el mercado cuesta $ 0,25, ellos la venden hasta en $ 0,50, dependiendo del tamaño. El tomate lo expenden a $ 1,50 el quilo, 500 gramos de zanahoria a $ 0,50 y la acelga de $ 0,35 a $ 0,40.
Los productores orgánicos también crían cuyes y los venden pelados hasta en $ 12, las codornices en $ 2,50 u horneadas con papa y salsa de maní a $ 5. Las gallinas se comercializan en $ 10 y sus huevos en $ 0,30. Los animales son alimentados con hierbas del huerto, morochillo, afrechillo, frejol de soya y con minerales.
Zoila Cunalata destaca que entre las ventajas que tiene el tener su propio huerto es que ahorra en el rubro de alimentación y no tiene restricción en el consumo de los víveres. "Mis hijos van, cogen y comen lo que desean. Ya no les digo que no se coman todo porque no hay para la comida".