No sólo es posible arrancar de Santiago, sino absolutamente necesario. Pero, ¿es posible arrancar del sol durante el estivo? ¿Beber un aperitivo a mediodía sin una cubeta de hielo? ¿Cantar bajo la higuera sin sentirnos más cerca del infierno que del cielo? ¿Hacer el amor en el campo sin convertirnos en polvo y paja? Somos víctimas del calentamiento global, pero también de nuestra falta de voluntad. Nos dejamos regir por la tiranía del sol sin capacidad de reacción, absortos por su tremendo poder y belleza, dejándonos cocinar lentamente como un canard que ha perdido las alas de la libertad.
El fantasma de la sobremadurez de nuestros vinos ya no aparece de cuando en vez, sino que ha llegado para quedarse. Ya no es un asunto de gustos. Tampoco una críptica conversación entre críticos. Pena en los mercados como el británico que piden a gritos más frescura: vinos más naturales, con bajos niveles de alcohol, simples y directos, amables y hermosos. Como siempre, los ingleses piden demasiado. Y como siempre, el mundo hace lo imposible por satisfacerlos.
Johanna Simon, la columnista de The Sunday Times que nos visitó durante el pasado Wines of Chile Awards, pedía vinos que respetaran el terroir, pero ojalá bajo los 13º de alcohol. Mi primera reacción fue ir a despedirla al aeropuerto. ¿Cómo podemos producir vinos con ese nivel de alcohol bajo un clima que a veces se vuelve tórrido, inclemente, donde las uvas transpiran como amantes de verano, curtiendo sus ansiosas pieles, sellando su pacto con la naturaleza con un ardiente y estrecho abrazo? Pensé que simplemente se estaba burlando de nosotros.
Me encuentro en una viña emplazada en Coya, en el llamado Alto Cachapoal, observando como el enólogo Francois Massoc se divierte con su pequeña hijita Mathilde. Ella corre entre la hierba, entra y sale de la bodega, ahuyenta los quiltros con tierno pero enérgico "¡fuella!". Conquista a su padre con cada tropiezo, cada gesto, cada balbuceo. Él la contempla con ternura, absolutamente absorto y embobado. Se pregunta cómo una criatura que aún no pega ni junta dos palabras, exquisitamente frágil y femenina, puede ser tan independiente y decidida, cómo puede tener el poder de controlar su voluntad sin oposición alguna. El enólogo levanta a su hijita y la presiona contra su pecho. Ella se queja dulcemente. Quiere seguir corriendo por el campo con entera libertad, sintiendo la fresca brisa precordillerana en su rostro. Todo parece en armonía. Todo, incluso los vinos.
No se puede decir que estemos en un clima frío, no cuando el sol revela hasta nuestros más polvorientos recuerdos, pero se siente cierto balance, fruta fresca y una acidez natural que produce cierto cosquilleo. Son muestras de barrica correspondientes a la cosecha 2007, la primera intrínsecamente massociana. A diferencia del Syrah y el Pinot noir, que tuvieron una temporada difícil, quedo impresionado por la personalidad del Merlot -cassis a rabiar- y la de una trilogía de Cabernet sauvignon tremendamente fresca y desinhibida.
-¿Cuánto alcohol crees que tiene este Cabernet? -me pregunta Francois.
-No estoy seguro, pero de todas maneras bajo 14º.
-Tiene 12,8º -me dice- y yo no puedo salir de mi asombro. ¿Dónde está Johanna Simon para contarle?
Degustamos también un Cabernet cuya barrica está marcada con las iniciales. LMP, pertenecientes a su sociedad en partes iguales con Louis Michel Liger Belair, perteneciente a la séptima generación de Château de Vosne Romanée, y Pedro Parra, ingeniero forestal de la Universidad de Concepción y doctor de Terroir del Instituto Nacional de Agronomía de París-Grignon. Los tres están unidos por una profunda amistad. Massoc fue compañero de Liger Belair en el Instituto Guyot, en la Facultad de Enología de la Universidad de Borgoña, y con Parra en la Alianza Francesa de Concepción, cuando ninguna de los dos imaginaba que respirarían al ritmo de las uvas.
El Cabernet, que probablemente se unirá con un porcentaje de Merlot, mantiene esa estructura delicada y elegante de las otras muestras, pero se siente una fruta más profunda y concentrada. Las uvas provienen de un cuartel que está orientado a expensas de un sol que atraviesa vigilante sobre las hileras, pero sin tocar directamente los racimos que se parapetan bajo un alero formado por hojas muy activas. A diferencia de otros rincones del campo, que cuentan con los característicos suelos aluviales de la cuenca del Cachapoal, está atravesado por un coluvión que le confiere fuerza y complejidad a la uva.
El viñedo, según nos explica Massoc, está rodeado de montañas que recortan las horas-luz, haciendo del ritual de maduración un ejercicio menos extenuante. Estas condiciones, sumadas a un viento que sopla sin cesar a partir del mediodía y una amplitud térmica que sorprende incluso con nevadas invernales, reúnen las condiciones para producir fruta fresca y sana.
-El secreto está en el respeto a la uva -dice Francois.
-Pero también es una decisión enológica. Podrías hacer aquí vinos sobremaduros y alcohólicos.
-Sí, pero eso sería traicionar a la uva -responde con simpleza, quitándose los méritos.
Conocí a Massoc hace menos de un año, cuando coincidimos en el aeropuerto Pudahuel. El enólogo se quejaba amargamente por el grado de dilución del Starbucks. Devolvió su café y pagó el mío sin dejarme desembolsar mi billetera. Íbamos a San Juan como invitados de EVISAN. Él debía dictar una charla titulada "Vinos de alta gama", que no era otra cosa que vinos de terroir, un concepto que sonaba demasiado extravagante en una provincia que se jacta de ser la mayor productora de mosto concentrado de la Argentina y quizás del mundo.
Luego supe de él porque estuvo envuelto en una ácida polémica durante la famosa cata llamada "Vinos de la Cordillera" (ir a nota), organizada por el periodista trasandino Enrique Chrabolowsky . Allí habría hecho pedazos algunos de los vinos más emblemáticos de ambos países. Para quienes no conocían a este enólogo de físico intimidante, dueño de las más altas credenciales francesas, se interpretó como un gesto de prepotencia. ¿Cómo podía atreverse a castigar a algunos de los más portentosos exponentes sudamericanos, que en las más prestigiosas revistas nunca descienden de los 90 puntos?
Pero lejos de la prepotencia, sus puntajes reflejan una porfiada honestidad. ¿Qué costaba puntear en la medianía y no verse envuelto en polémicas? Nada, casi nada. A lo mejor así lo invitaban nuevamente. Es cierto, a veces honestidad puede ser sinónimo de ingenuidad, pero Massoc no estuvo dispuesto a traicionar su formación francesa y esa personal búsqueda de equilibrio y de lo que él llama el espíritu de la uva: esa mágica conjunción de elementos que hace de un Cabernet un Cabernet. Un vino con sentido de origen y no un símbolo más de la globalización.
Mathilde ríe con los ojos. Por fin encuentra los brazos de su madre Noelle, quien ya tiene todo dispuesto para el almuerzo. Seguramente por su ascendencia francesa y árabe, y su formación como arquitecto, la esposa de Francois tiene un especial talento para mezclar colores, texturas y sabores. Nunca en mi vida he disfrutado de una comida tan sabrosa y equilibrada. Los pimentones, ajíes y zapallitos rellenos se deshacen en mi boca, pero sin perder la pureza de sus sabores.
¡Por fin entiendo el concepto de terroir!, digo para mis adentros, mientras disfruto de la cautivante armonía que se respira en las alturas de Coya.
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