Isabel Mijares, posa en el interior del Centro de Enología del Museo de la Ciencia de Valladolid, el pasado miércoles. / HENAR SASTRE
Isabel Mijares (Mérida, 1962), bautizada ya por los seguidores de Baco como 'la mujer del vino', contagia su entusiasmo por la enología. La secretaria de la Academia Nacional del Vino, además de Chevalier de la Orden del Mérito Agrícola del Gobierno de Francia, estuvo el miércoles en Valladolid para apoyar la Academia de Gastronomía. Siempre es un placer charlar con ella.
-¿Qué hace una mujer tan conocida en Valladolid?
-Valladolid no es una ciudad cualquiera para mí. Hice la primera comunión en Valladolid -en el Colegio San José, donde estaba interno su hermano- y me saqué mi carné de conducir aquí, aunque soy malísima y no he vuelto a coger un coche. Soy de padre leonés y madre extremeña. Desde pequeñitos nos sentimos de verdad mitad y mitad. Además, tengo casa en Villada (Palencia). Ten en cuenta, además, que Valladolid es eje de toda mi actividad con el vino. Me encanta la ciudad.
-No le voy a preguntar la edad, porque sería una grosería
-Nací en el 42, así que fíjate la cantidad de años que tengo.
-Pero en su generación no era normal que una mujer se dedicara a la enología.
-Me miraban un poco raro. Pero como nunca fui consciente de ello, no tuve dificultades. Realmente, nunca entendí por qué tenía que ser raro que alguien que se había especializado en Burdeos, y estaba totalmente preparada, no pudiera ejercer por ser mujer.
-¿No quisieron echarle de su casa?
-No, pero siempre iba con mi hermano mayor y le hablaban a él, nunca se dirigían a mí. Entiendo que entonces chocaba, pero la verdad es que el sector siempre ha sido supercariñoso y entrañable conmigo. Claro que era un mujer que nunca estaba en casa. Desde luego, mi marido y mi hija tienen un mérito entrañable porque son los que más me apoyan.
-Pero en su casa, ¿cómo se tomó el asunto?
-También se lo debo a un padre enormemente progresista, a pesar de ser de Berciano del Real Camino, un pueblito de León; y mi madre, igual. Siempre han entendido mi dedicación al vino.
-¿Considera que la nariz de una mujer es diferente a la del hombre?
-No es cuestión de sexos, ni de que la nariz de la mujer sea mejor, pero pienso que la mujer pone más alma en todo. El hombre, como ha sido protagonista a lo largo de la historia, no se ocupa tan a fondo. Una mujer es extrema en todo, también en la cata pone los cinco sentidos. Es más sensible, más imaginativa, más visceral. Por eso nos tienen tanto miedo, porque nos dedicamos a fondo.
-Es una gran amante de los Rioja, pero también los vinos de Castilla y León. ¿Tiene el corazón partido?
-No tengo preferencias. Generalmente, cuando llego a algún lugar, me gusta conocer a su gente, saber cómo vive, comer lo que come y beber lo que bebe. A cualquier pueblo que llegue, cuando me ofrecen un vino, pido que me den uno de la tierra, y así he descubierto vinos maravillosos. Hoy, por ejemplo, de aperitivo he tomado un torrontés de altura del Norte de Argentina y después me he bebido en el tren un Cigales.
-¿Tampoco tiene preferencia por tintos, blancos o rosados?
-Para mí el vino depende de con qué lo voy a tomar y con quién lo voy a tomar. Es decir, yo no voy a tomar el mismo vino con un muchachito pelirrojo que con un señor de pelo gris.
A Jatropha Nursery in Zambia
