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La actividad agropecuaria es la actividad productiva más antigua de la humanidad; este simple hecho implica que es el sector que ha experimentado el mayor número de políticas públicas.

domingo, octubre 14, 2007

alvaro rojas nuestro ministro de agricultura

sábado 13 de octubre de 2007  
ÁLVARO ROJAS, TRAS SOMETERSE A UN TRASPLANTE DE RIÑÓN
La segunda oportunidad del ministro de Agricultura
 
 
Pese a que la muerte estuvo allí, a la vuelta de la esquina, su recuperación no podía haber sido mejor. a fines de octubre volverá a su oficina como si nunca lo hubieran operado. pero este Militante DC vivió en los últimos días una historia de dolor y de orgullo, de tragedia y de amor, que por primera vez accede a relatar. Y que vale la pena contar hasta en sus mínimos detalles.


Por Margarita Serrano

Estaba viviendo su mal con gran irresponsabilidad. La necesidad de cumplir con su trabajo era más fuerte que cualquier malestar, y la adrenalina que le producía –que le produce, más bien– lo que implica estar en el poder tapaba los males. Viajar a firmar acuerdos con los israelitas, conocer otro tipo de alimentación para el futuro, implementar nuevas faenas, reunirse con campesinos y agricultores, en fin, todo el meneo de palacio era tan grande que lograba neutralizar los posibles dolores.

Álvaro Rojas, el ministro de Agricultura, sabía que sus riñones estaban cada vez peor. Que algún día se tendría que dializar o, en el mejor de los casos, trasplantar. Pero eso sería después. Mucho después.

–Hasta que me tocó ir a China en julio. Estaba muy anémico. Soporté bien el viaje de ida. Pero me pasó algo raro. Me duchaba en la mañana y me agotaba. Tenía que descansar en la cama antes de salir. Cuando empezaba el trabajo, se me olvidaba. Yo estaba a cargo de la delegación y no paraba en todo el día. Pero en las noches no podía dormir con el dolor de cabeza. Me daban calambres, apenas podía respirar, me tenía que sentar –eso me hacía bien porque me bajaba el agua–, y dormitaba un poco. Al día siguiente, la función debía continuar. Fueron cinco días. Al regreso, como tuvimos que esperar unas horas en Frankfurt, aprovechamos de ir a Heidelberg. Pero en el avión a Santiago sentí como si tuviera un elefante en el pecho. Tuve angustia por primera vez.

Llegó a Santiago y la crisis producida por las heladas en los campos se había desatado. Y de nuevo, la necesidad borró la angustia. Recorrió el país tres veces, de Copiapó a Lonquimay, tocando lechugas, paltos, naranjos... Todo helado. La promesa exportadora agonizaba. Además, esos días llovía. Pero su cabeza estaba en la respuesta política que le daría a la tragedia agrícola. Cuando logró caminos de solución se acordó de que tenía que ir al médico. Su anemia era descomunal. Pero postergó cualquier decisión para después del 18 de septiembre. Tenía que estar con la Presidenta para el Tedeum, la Gala, la Parada Militar...

PUNTO DE QUIEBRE

El 5 de septiembre viajó a La Serena por el día, a entregar bonos a los agricultores afectados por las heladas. Y no alcanzó a regresar en la noche a Santiago. El avión no despegó. Tampoco había hoteles disponibles y terminó en una cabaña turística en Coquimbo. Sentía hambre, frío, no tenía sus remedios... Llamó a su mujer por teléfono. Y la historia cambió su curso.

Clara Luz Henríquez, su señora por 30 años, quien siempre le había prometido donarle uno de sus riñones porque compartían el escaso grupo sanguíneo, esa noche se enojó por primera vez.

"Esto se acabó", le dijo en el mismo tono suave con que dice todo, pero él sabía que era cierto. Ella llamó a un amigo que también había tenido problemas de riñón. Se metió a internet. No dejó nada por hacer. Y al día siguiente lo fue a buscar al aeropuerto y se lo llevó directo a la Unidad de Trasplantes de la Clínica Las Condes. Exámenes de urgencia. Resultados pésimos. Es el paciente que ha llegado en las peores condiciones jamás vistas por el médico. Su problema renal era terminal. Hay que hacerle diálisis inmediata, ponerse en la lista de espera para un riñón y hacerle a su mujer todos los exámenes de compatibilidad.

–No quería dializarme. Temía que aquello no era compatible con mi trabajo. Lo que menos quería era complicar a mi gobierno. Pero algo nos pasó. Yo soy creyente, y sentí que aquí se abría un camino con respuestas, una vía distinta, que venía de otro lugar.
Aún bajo esas circunstancias pidió internarse para el 11 y 12 de septiembre. Ahí baja la actividad ministerial y podía arreglar su agenda. Nadie, absolutamente nadie en el Ministerio de Agricultura ni en el gobierno sabían que este ministro tenía algún problema de salud. Así de activo y de aplicado. Sólo la palidez lo delataba a ratos. Pero ni aun ahora, sabiendo que su vida pendía de un hilo, bajó la guardia. Advirtió que tomaría el martes y miércoles como días administrativos porque tenía que hacerse algunos exámenes.

Ese fin de semana, la familia Rojas, con sus dos hijas, Carolina de 29 y Francisca de 23, excepcionalmente no fueron a Talca, donde conservan su casa, su perro y su gato. Los más de veinte años vividos allí –en su calidad de profesor y luego de rector de la Universidad de Talca–E les crearon un fuerte vínculo con esa ciudad. Es aquí en Santiago donde están de allegados, como dicen con humor, en el departamento de su hija estudiante, en Providencia.

El 11 de septiembre había una manifestación frente a La Moneda. El ministro fue con su hija a ver a su madre, que vive en el departamento donde él se crió con su única hermana, Marta, en pleno centro. Ella ahora está con Alzheimer, pero fue una combativa dirigente radical que trabajó en el Ministerio de Educación hasta que el régimen militar la exoneró. Dejaron el auto a cuatro cuadras y para cruzar la Alameda que estaba cortada tuvo que pedirle permiso a un carabinero. Con su metro noventa, no es un tipo que pase desapercibido. Pero pocos lo conocen.

–Nunca digo que soy ministro. Nos dejó pasar. Pero en la mitad de la Alameda me di cuenta de que no podía más, estaba jadeando. Si los manifestantes rompían filas, yo no tenía cómo correr. Ya estaba todo desatado, el riñón con agua, el cuadro anémico...

DIÁLISIS DE URGENCIA

El martes 11 ingresó a la clínica. Más exámenes y, por fin, tres horas en pabellón haciéndole diálisis de urgencia. Ésta no es la convencional, ésta se hace con un catéter bajo el cuello. Litros de agua salieron del cuerpo. Cuando volvió a la pieza se sentía aliviado. Como por primera vez reforzado por dentro para respirar tranquilo. El dolor de cabeza comenzaba lentamente a decrecer.

De la clínica partió directo al ministerio el jueves y trabajó con normalidad. Volvió el viernes, a última hora, para seguir con la diálisis ya más normal, en una habitación con otras seis personas. Había un televisor.

–El control remoto lo tenía una señora que llevaba como ocho años dializándose. Así es que no tenía cómo pedírselo. Como mi hija mayor, que está casada y vive en Concepción, se había venido por diez días a acompañarnos, las dos decidieron asistir a las diálisis: me llevaban películas –para ver en el notebook– y colación hecha aquí en la casa. Lo pasábamos muy bien. La primera vez vimos El Aviador. Muy entretenida.

Llegó el 18 y efectivamente no se perdió ningún acto y además los disfrutó. Especialmente la ópera Madama Butterfly. Le gustan mucho la música clásica, la lectura y la pintura. Aun este departamento de paso está lleno de libros y de óleos contemporáneos. Estuvo de pie todo el tiempo necesario durante la Parada Militar y llegó tarde a su diálisis, pero cumplió con sus compañeros de pieza y les llevó el vino prometido para celebrar.

–Me sentía francamente bien a esas alturas. La diálisis me había cambiado la vida.

EL MILAGRO

Durante las Fiestas Patrias había pedido una audiencia con la Presidenta. No quería por ningún motivo que ella se enterara por otra persona. Y cuando se reunieron, el jueves 20, le contó su problema de salud, con toda solemnidad. De alguna manera, le dijo que se sintiera libre con respecto a mantenerlo en el cargo, porque iba a tener que hacerse diálisis lunes, miércoles y viernes.

–Pero ella es médico y entendió mejor que nadie. Fue cálida y acogedora. Sabe que nunca he faltado a mis obligaciones. Le dije que me dejara evaluar la situación, que me diera un mes para ver cómo se desarrollaba esto.

Al día siguiente, viernes 21, volvió a su quinta sesión de diálisis. El control remoto seguía en manos de la misma señora y sus hijas le habían llevado la película El jardinero fiel. Le gustó mucho. Se sorprendió que le hicieran una toma para muestra de sangre. Escuchó también que alguien decía que "estaban esperando las muestras". Quedó alerta. Le habló en alemán a su hija –la familia vivió allí como seis años cuando él se doctoró y post doctoró en Economía Agraria en la Universidad Técnica de Munchen–, le dijo que tal vez podría haber un trasplante. Ya los médicos habían confirmado que la compatibilidad de Clarita, como le dice él a su mujer, era adecuada, que podrían ponerle uno de sus riñones.

Esa noche despertó por casualidad a las tres de la mañana y al inclinarse para ver la hora en su celular, apretó el número del doctor. Cortó de inmediato, avergonzado de despertar a alguien a esa hora. Pero en realidad, el que estaba llamándolo era el doctor Moraga. "Existe la posibilidad de un trasplante. Ahora mismo. Dúchate y te vas a la clínica. Allá te están esperando. El riñón es de una mujer joven, que es aún más compatible que tu mujer".

–Es en este momento que muchas personas se frenan. Han tenido la fantasía de un trasplante, pero cuando llega el minuto prefieren seguir con diálisis. Es difícil dar este paso. Pero yo no tuve ninguna duda. Me habría gustado tener un riñón de la Clarita. Sí, es un acto de amor que me habría acompañado toda la vida. Pero justo había aparecido una persona joven, con un tipo de sangre tan difícil como el mío (A negativo)... Si no hubiera estado yo en la lista, que era el único con esa sangre, no lo habrían podido donar...

Todo agarró una velocidad extrema. Se ducharon ellos; llegaron las hijas, que estaban carreteando en un pub; los nervios y la alegría iban de la mano. Era la hora de la verdad y no sabían con qué podían encontrarse. Llegaron a la clínica en plena oscuridad. El doctor Erwin Buckel esperaba en la puerta.

Camilla, carreras, pabellón...

–Estoy acostumbrado a la velocidad. Toda mi vida la he hecho muy rápido. Salí del Liceo Alemán a los 16 años, me titulé de Veterinario en la Universidad de Chile a los 22, me casé a los 24, me doctoré a los 29, fui rector a los 37...

A las seis de la mañana del sábado 22 de septiembre, antes de entrar a pabellón, hizo una sola llamada telefónica. Se contactó con Carlos González, obispo emérito de Talca, y hablaron casi en silencio. A las siete comenzó la operación. Sus tres mujeres esperaban. Había conmoción, ansiedad y comunión.

A las 10 de la mañana llegó a la UTI. Con el riñón nuevo instalado, por laparoscopia, en un costado del estómago, ni cerca de donde están los riñones. Los dos viejos, muertos e inútiles, quedan donde estaban, sin estorbar. Los riñones nuevos trasplantados demoran como una semana en comenzar a funcionar. Por eso venían días muy delicados.

Cuando Álvaro Rojas entró a la UTI y lo abrazaron todas, cuenta que se sentía tan bien, que no podía creer que todo ya había ocurrido. El doctor miró y fue él quien no pudo creer lo que veía: el riñón de aquella joven, cuya familia nunca quiso que se conociera su identidad, a la hora ya se hallaba funcionando, como si hubiera estado en ese cuerpo toda la vida.

Margarita Serrano.
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