Biocombustibles, nexo virtuoso entre agricultura y energía
Por: AMADEO RODRÍGUEZ CASTILLA |
En efecto, Brasil, que siempre ha sido un jugador de altos quilates en la geopolítica mundial, llegó a la conclusión de la inutilidad de seguir luchando por conseguir un precio justo dentro del convenio internacional del azúcar, en la época cuando estaban de moda los convenios de productos básicos, cuyo objetivo era el de regular la oferta y demanda mundiales, con precios remunerativos para los productores y no excesivos para los consumidores. Dicho precio llegó, a comienzos de la década de los setenta del siglo pasado, a niveles de postración de seis centavos de dólar la libra, por lo cual Brasil consideró necesario plantear una nueva alternativa de desarrollo para dicho producto. La misma consistió en lanzar la política de los combustibles de origen vegetal, teniendo en cuenta el inmenso tamaño de su mercado interno de automóviles, entonces de un millón de unidades anuales, situación que le proporcionaba una capacidad negociadora formidable para exigir de los grandes fabricantes de automóviles las modificaciones técnicas y tecnológicas necesarias para que los mismos pudieran funcionar con base en alcohol carburante.
Los resultados han sido contundentes, pues gracias a esa audacia brasileña se regularizó el mercado mundial del azúcar con precios rentables para los productores, y el mundo tiene hoy una sólida industria de biocombustibles que, además de ayudar a fortalecer y rescatar el papel de la agricultura, que ha dejado de ser solamente la proveedora de productos que por tener demanda inelástica en el mercado internacional sus precios tenían tendencia a la baja, con el consiguiente impacto en los ingresos de los países productores, los cuales eran inestables. Ese nuevo escenario también les ha servido a las grandes potencias para incursionar con fuerza en esas lides con un criterio geopolítico, como es el de disminuir poco a poco su dependencia de los combustibles fósiles. A lo anterior se suma que China e India están actuando como verdaderas locomotoras de las economías del llamado Tercer Mundo, especialmente en productos como carbón, petróleo y alimentos en general, cuya demanda se ha expandido en virtud de que entre esos dos gigantes han sacado de la pobreza extrema a quinientos millones de personas aproximadamente.
Es decir, que entre Brasil, China e India le han dado un empuje formidable a la agricultura en el mundo, cuya sostenibilidad ya no está asociada a la acción de los especuladores bursátiles que hacían depender los precios del sólo abastecimiento con fines de alimentación para los habitantes de los centros urbanos. Por supuesto que a esta nueva realidad le han salido opositores de oficio, quienes con tintes demagógicos han planteado el falso dilema de una agricultura que deja de alimentar gente para mover automóviles y maquinaria, a cuyos voceros de la internacional de la izquierda regional les ha respondido con sensatez y pragmatismo el ex presidente Lula da Silva, quien, al contrario, considera que esta es una posibilidad de desarrollo autónomo para nuestra región.
Por todo lo anterior, es admirable que Colombia haya decidido seguir el camino brasileño de los biocombustibles, pues con ello se le da fuerza y sostenibilidad a nuestra decaída agricultura, cuya dotación de tierras permite un importante crecimiento de la producción para esas dos finalidades. En efecto, con base en la Ley 693 del 2001 y el documento CONPES 3510 del 2008, el país dio inicio al programa de biocombustibles con regulaciones claras sobre mezclas y plazos para su entrada en vigencia, señales a las cuales ha respondido el sector privado con las inversiones adecuadas para ampliar la producción de los rubros seleccionados, así como con la instalación de las plantas adecuadas para el procesamiento, bien sea del alcohol carburante y del biodiésel.
Pero los que parecen no estar de acuerdo con lo anterior son algunos analistas que, en el estudio 'Colombia rural, razones para la esperanza', auspiciado por el PNUD, el cual comenté en anterior columna, plantean las siguientes preocupaciones sobre los biocombustibles, en la página 43 de la versión ejecutiva de dicho documento:
A) "Puede ser una amenaza a la seguridad alimentaria en las regiones en donde se expande";
B) "el riesgo de que la diversidad agrícola se disminuya por la concentración de la producción en un monocultivo y se presenten conflictos con zonas de conservación y protección de la biodiversidad";
C) "al desplazar cultivos tradicionales se afectan tanto la reproducción de la mano de obra familiar como la dieta y la nutrición de los pobladores y se altera el abastecimiento de alimentos de las áreas urbanas";
D) "la expansión de los cultivos puede conducir a una mayor concentración de la propiedad y al despojo de tierra de pequeños y medianos campesinos";
E) "pueden surgir conflictos con las comunidades por no realizar la consulta previa para la localización de plantaciones".
Esas apreciaciones son meros juicios de valor, sin ninguna evidencia empírica que los sustente, y parecen reflejar más cierta proclividad ideológica vergonzante, pues ni siquiera se ocupan del avance de este programa y sus realizaciones en el país, sino que repiten lo que parece más una consigna que una sana preocupación derivada del conocimiento de campo. Inclusive ni siquiera lo ven como alternativa viable en la siguiente afirmación que el estudio en cuestión hace en la página 37, con el llamativo subtítulo de la 'ganaderización' del país: "Según datos del IGAC, en el 2009 se identifica un fenómeno de gran subutilización de la tierra apta para el desarrollo de cultivos, pues la superficie dedicada a actividades agrícolas y silvopastoriles asciende a 4,9 millones de hectáreas, pese a que se estima que 21,5 millones tienen aptitud agrícola, es decir, sólo el 22,7 por ciento de la superficie con esa vocación es utilizada para cultivos". Es decir, que a la luz de tales cifras el estudio en mención hubiera podido concluir que, efectivamente, el país tiene un amplio margen de maniobra para incrementar los rubros base de los biocombustibles sin conflicto alguno con el incremento esperado de la producción alimentaria. Por todo ello fue por lo que, en mi columna anterior, califiqué tal estudio como "buena prosa con deficiente información".
Amadeo Rodríguez Castilla
Economista consultor
Saludos
Rodrigo González Fernández
Diplomado en "Responsabilidad Social Empresarial" de la ONU
Diplomado en "Gestión del Conocimiento" de la ONU
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