OBSERVATORIO MEDIO AMBIENTAL
ATENCION: lOS ARGUMENTOS ESGRIMIDOS EN ESTE ARTICULO SOLO REFLEJAN UNA IGNORANCIA SUPINA EN LA MATERIA PERO SIRVEN PARA FORMARSE UNA OPINIÓN
La cara negra de los combustibles verdes
El monocultivo desplaza a los trabajadores de la agricultura, produciendo los cordones de pobreza rural, como ocurrió en Chile, con las plantaciones de pino en los '80.
Gabriel Sanhueza S., investigador de la Corporación El Canelo de Nos
UNA NUEVA PALABRA recorre el continente: biocombustible. Se vende como prometedora alternativa al petróleo. La promueven la industria y los gobiernos, en especial el estadounidense. No falta el apoyo de algunos científicos que dicen que los biocombustibles sustituirán al petróleo, que se acaba de modo irremediable y rápido (Colin Campbell. www.oilcrisis.com/cambell). Los biocombustibles o combustibles verdes llegan rodeados de un aura ambiental, porque aliviarán el cambio climático al reducir las emisiones de los llamados gases invernadero. Más aún, tienen aspectos económicos positivos: serán un eje del desarrollo rural, favoreciendo un progreso en la economía de los agricultores.
¿Es verdad tanta maravilla? ¿Estamos ante una panacea que estimulará la producción agrícola y ayudará a proteger el ambiente? ¿Son de nuevo los agoreros ambientalistas de siempre los que ven puntos negros en los combustibles verdes, los infaltables "lomos de toro" del crecimiento? como los llamó hace años un ministro de Economía. Vamos por parte: ¿Es la preocupación por el calentamiento global lo que motiva a los promotores de estos combustibles? La verdad, no. Es nada menos que Jeb Bush, el hermano menor de George W., el cruzado de los biocombustibles de visita en Chile por estos días el que nos dice la verdad a secas: "La disminución de nuestra dependencia en fuentes de petróleo inestable y hostiles sólo puede suceder con una política energética que apoye la importación de biocombustibles desde miles de agricultores en el hemisferio".
A confesión de parte... Se trata de reducir la dependencia de Estados Unidos del petróleo extranjero que alcanza a nada menos a 61% del crudo que consume. Petróleo importado, además de inestable y hostil cada día más caro. Aunque, más allá que su objetivo último sea reducir la dependencia estadounidense de ese petróleo, quizás los biocombustibles tienen impactos positivos. La verdad es que sólo se le encuentran puntos negros.
Es falso que reduzcan las emisiones de los gases invernadero. Entre otras razones, porque son ineficientes en términos de energía. Cálculos de expertos demuestran que la producción de un galón de etanol de maíz requiere 1,29 galones de combustible fósil y la de un galón de biodiésel de soya, 1,27 galones de petróleo. Cálculos que incluyen maquinaria agrícola, procesos de fermentación y destilación, entre otros. (Pimentel y Patzek, citados por M. Altieri y E. Bravo. "Tragedia social y ecológica. Producción de biocombustibles en América" en www.ecoportal.net)
Así se desploma el argumento de que estos combustibles mitigarán el cambio climático. Más todavía si se trata de monocultivos que requieren de pesticidas, agroquímicos y maquinaria, lo que aumentará las emisiones de dióxido de carbono. Hay que considerar, además, que su producción va en muchos países asociada a la destrucción de los bosques, los sumideros naturales del dióxido de carbono. Las plantaciones de caña de azúcar, palma africana o soya han suplantado más de 20 millones de hectáreas de bosques y pastizales en Brasil; 14 millones en Argentina y más de medio millón en Paraguay. Difícil encontrar en todo ese círculo vicioso una disminución significativa del dióxido de carbono.
También es feble el argumento de que se constituirán en un eje del desarrollo rural. La producción de combustibles verdes está asentada en monocultivos transgénicos, por ejemplo soya, con todas las desventajas que implica no sólo para la reducción de la biodiversidad, sino en impacto social.
El monocultivo desplaza a los trabajadores de la agricultura, produciendo los cordones de pobreza rural, como ocurrió en Chile, con las plantaciones de pino en la década del '80. Sólo en Brasil, cuando hace 30 años se inició la producción de biocombustibles, dos millones y medio de personas fueron desplazadas en Río Grande del Sur por la producción de soya. Ojo, entonces, con las promesas seductoras.
Chile debe trabajar no a nivel interno e internacional para que los países y sobre todo sus habitantes, los más de 200 millones de pobres de América Latina, tengan derecho de alimentarse, soberanía y seguridad alimentaria a través de sistemas basados en la agroecología, con acceso al agua y las semillas. Es decir, sistemas que respondan a las necesidades de la gente y no de los automóviles.
Rodrigo González Fernández
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